martes, 25 de agosto de 2009

El perro arrastra retrocediendo con pasos cortos y rápidos el cuerpo evidentemente muerto de un gato por la tierra seca. Por la forma que muerde se ven los colmillos, y los ojos miran locos para los costados. Mientras, está oscureciendo y el sonido de las chicharras aumenta hasta casi aturdir. Huele a fresco y a instintos enloquecidos del monte desbordando. La llegada de la noche despierta una desesperación antigua y animal, y sentimientos de premonición divinos. El momento en que todos, hombre y lobo, pez y pájaro, reclaman al cielo, enderezando la garganta hacia arriba, por todos los dolores y la impotencia. Y el cielo responde con la noche, con la eternidad de las estrellas, imágenes de lo infinito, para que el animal mame de lo divino y, nutriéndose, pueda soportar otro día de vida en el tiempo y en la tierra. Y con la tranquilidad de la insignificancia ganada todos duermen finalmente.

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