miércoles, 22 de julio de 2009

Foto del documento

La dinámica de la memoria se opone a la de la fotografía. Por ejemplo, si vemos una fotografía que nos tomaron muchos años atrás, nos parecerán ridículos nuestro peinado, nuestra forma de vestir, todo lo que, en suma, antes estaba adherido a nuestra vida sin diferenciarse de ella. La fotografía lo diferencia y nos deja sorprendidos e indefensos frente a su prepotencia. La memoria, por el contrario, sólo mantuvo, seleccionando, los fragmentos que eran vitalmente relevantes y descartó lo demás. Ella mantiene la relación emocional y vital con lo que nos rodeaba e incluso la intensifica con el tiempo. La fotografía se burla de esa relación y nos sitúa frente a la desconexión real, que el espíritu falsamente quiso tapar. Es la fotografía la que desmiente continuamente el esfuerzo del espíritu por unir aquello que siempre se diferencia: la vida espiritual y su cobertura material. Pero es sólo con el tiempo que reconocemos, en la fotografía, la realidad onírica de la unión espiritual, al mismo tiempo que vemos en el rostro, inconsciente de esto, del que está ahí en la foto sonriendo ingenuo, la pequeñez y falsedad de lo espiritualmente sentido, irredimible frente a la desmentida violenta de la realidad ineludible. Y nos damos cuenta entonces que hasta lo que nos rodea hoy no se nos adhiere realmente y que, en suma, nada nos arropa.

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